egacionismo democracia

Septiembre siempre ha sido un mes cargado de conmemoraciones y de una ritualidad particular. A la celebración de Fiestas Patrias le antecede apenas una semana antes la conmemoración de una fecha que sigue siendo una herida profunda en lo que podríamos llamar el “alma nacional”, como es un nuevo aniversario del golpe de Estado ocurrido en 1973.

Este año, por cierto, no fue la excepción.

Mientras desde el gobierno la decisión fue no conmemorar, tal vez marcada por las divisiones internas sobre el significado de esa fecha para la coalición oficialista, para otros en cambio fue un espacio de recogimiento y de los actos habituales en los espacios y lugares de memoria.

En tal cuadro, quisiera poner el acento en la discusión que se generó a propósito de un inserto en un diario de un conjunto de partidarios del golpe de Estado que, a página completa, decidieron manifestar su parecer, rescatando una serie de citas de distinta época y de diversos actores que avalaban lo ahí ocurrido. Pero fueron más allá, porque a esa intervención siguió su propia y particular interpretación respecto a que, gracias a ese hecho, Chile se habría librado de ser un país en tragedia como lo es actualmente Venezuela.

Por cierto, las críticas no se dejaron esperar y hubo quienes se escandalizaron invocando la necesidad de sancionar el negacionismo, entendido básicamente como un acto político y social que lo que busca es justificar, relativizar o directamente negar los crímenes de lesa humanidad. Esto no es nuevo en el mundo, ya en una Decisión Marco de la Unión Europea de 2008, se estableció una prohibición de este tipo sobre expresiones vinculadas tanto de los crímenes del nazismo como cualquier otro crimen internacional, pasando a ser una obligación de sus países miembros. 

No obstante, el tema es complejo porque vale la pena preguntarse: ¿es necesario sancionar este tipo de apologías prohibiendo su expresión en el debate público? Para quienes creemos que uno de los valores de la democracia es justamente la libertad de expresión, no cabe otra respuesta que una negativa.

Otra cosa muy distinta es considerar que este tipo de gestos aportan al debate público o son una mala manera de construir memoria colectiva.

En efecto, en un escenario donde este tipo de expresiones estuvieran prohibidas, no habríamos podido tener el debate que se generó esta semana ni tampoco la posibilidad de presenciar gestos valientes como los periodistas de ese propio medio que hicieron circular fotos de protesta y repudio por ese hecho.

Un debate sano en democracia implica que incluso estas expresiones que pueden ser repudiables, tengan cabida y posibilidad de expresarse en el debate público, justamente para que aquellos que no compartimos esa visión tengamos la posibilidad cierta de contar con medios de expresión de rechazo.

Es a través de este debate, y no de la confinación de quienes piensan distinto, que las sociedades ganan en desarrollo democrático.

Otra cosa es la incitación o instigación al odio, cuya consecuencia puede ser efectivamente la comisión de actos de violencia y persecución sobre un grupo de personas, porque ello evidentemente está en la línea de la vulneración de derechos fundamentales que debemos ser categóricos en rechazar y condenar para que no ocurran.

Con todo, los países aprenden de su historia y de la posibilidad de que todas las expresiones de ideas, aún las más nefastas, puedan tener cabida.

Otra cosa es el coraje y la convicción de combatirlas con fuerza, y para ello están las urnas y la labor que el debate público puede tener en una democracia que se precia de tal.

Presidenta Fundación Chile 21